sábado, 14 de octubre de 2017

Pies en la tierra

A Francisco le encantaba irse a dormir. Mientras casi todos sus amigos luchaban contra los relojes que indicaban que era la hora de acostarse, él esperaba ansioso que llegase ese momento. Nadie podía comprenderlo y siempre era motivo de burla para sus hermanos. Lo que ellos no entendían, es que en verdad, a Francisco le encantaba soñar.
Cuando dormía, vivía cosas increíbles. A veces, caminaba por las paredes de la escuela, otras era abanderado del grado o incluso hacía el gol con el que River salía campeón. Algunas noches, pocas, tomaba Nesquik con su abuelo Bernardo, a quien su papá siempre le había contado que se parecía tanto. Sin embargo, había un sueño que sin dudas era su preferido. Todos los días esperaba con ansias el momento de dormir para ver si esa vez le tocaría presenciarlo: Francisco amaba volar.
En sus sueños, surcaba los aires conociendo ciudades imponentes, atravesando mares misteriosos y subiendo hasta los picos de las montañas más altas. Cuando volaba, estaba allá arriba, alto en el cielo, y desde ahí todo parecía un poco menos malo. Las notas del boletín no eran preocupantes, las peleas de sus papás no se escuchaban y sus hermanos no llegaban a robarle la pelota. En el cielo, no había más que un mundo entero por delante para sobrevolar.
Hubo una noche, cuando Francisco tenía trece años, en que se soñó volando sobre el Parque Chacabuco, al que tanto cariño le tenía. Era donde su papá le había enseñado a andar en bicicleta, a donde iba a pasear cuando faltaba a la escuela y en donde estaba seguro que algún día le daría un beso a Sofía.
Sin embargo, esa vez el parque no estaba tan amigable como siempre. En el medio, bajo un árbol, su papá le gritaba a su mamá, por algún motivo que desde arriba no llegaba a entender. Francisco no comprendía bien qué pasaba, solamente escuchaba gritos, pero tanto lo desconcentraron de su vuelo que lo hicieron despertarse.
Cuando abrió los ojos en su cama, los gritos se seguían escuchando y Francisco empezó a sospechar que tal vez no viniesen del Parque Chacabuco sino del living de su casa. Enojado, cerró fuerte los ojos e intentó seguir volando, por el parque o por cualquier otro lugar, pero esa noche no pudo despegar de nuevo.

Poco a poco volvió a poder dormir y hasta incluso volvió soñar: el abuelo Bernardo, River, la bandera de la escuela o Sofía, entre varias otras escenas lo visitaban cada noche. Sin embargo, desde ese día, los pies de Francisco quedaron para siempre pegados al suelo.