lunes, 31 de julio de 2017

El nombre

Manuel siempre había pensado que a su primer hijo le pondría Fernando, como su papá. Estaba profundamente convencido de que los nombres se eligen por algo.
-Uno no puede elegir un nombre así como así, porque suena bien y punto –le decía siempre a su mamá cuando ella, harta de repetirlo, le explicaba nuevamente que se llamaba Manuel porque les había gustado el nombre.
La última vez que Manuel le preguntó a su mamá por qué tenía ese nombre, en la casa Serrat sonaba de fondo, cantando "Para la libertad". Fue entonces que ella, prestando más atención a la canción que a la pregunta de su hijo, pudo improvisar por fin una respuesta convincente.
-Te llamás así porque a papá y a mí nos gusta mucho Joan Manuel Serrat.
Manuel no tenía idea de quién era Joan Manuel Serrat, pero el hecho de que hubiese escrito una canción que hablaba sobre la libertad lo volvía digno de llevar su mismo nombre.
Por mucho tiempo, Manuel vivió así, sin hacerse más preguntas, y ciegamente convencido de que le debía su nombre a un músico que tenía una canción que refería a la libertad, y como Manuel amaba la libertad, estaba más que conforme con ello.

Sin embargo, hubo un día cuando estaba en quinto grado que la señorita Gabriela le explicó que había existido una persona que creó la bandera y entregó su vida luchando por una patria libre, y que además de todo –como si con eso no bastara- tuvo su mismo nombre. Desde ese instante y casi sin querer, Manuel estuvo seguro para siempre de que se llamaba así en honor a Manuel Belgrano. 

domingo, 9 de julio de 2017

Banderas

En la escuela primaria, a Malena le había enseñado su maestro Pablo que la bandera argentina tenía que estar siempre en condiciones. Esto significaba que si estaba en un mástil debía estar flameando, si estaba colgada en una pared debía estar bien extendida, si se trataba de una escarapela siempre al derecho y jamás chueca. A veces Pablo se ponía un poco fastidioso con el tema, pero había algo en la seriedad con la que lo decía, que hacía entender a Malena que era una cuestión importante, aunque no supiese bien por qué.

Ahora que Malena era grande, ya no se ocupaba de esos asuntos. Siempre tenía cosas más importantes que hacer y en una de ellas andaba, cuando casi sin querer se descubrió a sí misma caminando por la vereda de la escuela. Al principio no la miró, o hizo como que no la miraba, pero se dio cuenta de que ahí estaba y no había salida: ya la había visto de reojo y tenía entonces el deber de detenerse por lo menos un segundo a reparar en ella 

Era de noche y hacía frío; eso le daba a la escuela un aire distinto. Malena la conocía con los colores del día, el sol alumbrando la entrada y gritos provenientes del patio, pero de noche era distinta. En la puerta, bandejas blancas de telgopor en las que los chicos habían pintado banderas de Argentina. Era 9 de Julio, recordó. Es que desde que no llevaba en su pecho una escarapela que enderezar, a veces se le pasaban las fechas patrias.

Reparó en que una de las banderitas estaba dada vuelta. Apurada en sus asuntos importantes, intentó seguir caminando, pero no pudo: por segunda vez en la noche, entendió que no había escapatoria. Cuando acomodó la bandera, la sorprendieron la brillantina celeste y un sol dorado que iluminaron la escuela devolviéndole su color original, aunque fuera de noche e hiciera frío.

Quizás al día siguiente alguien se percataría de que las banderas estaban sorprendentemente prolijas como para haber pasado a la intemperie una noche de lluvia. 

O quizás no.

Pero no era esa la cuestión, porque Malena le había prometido a Pablo que siempre mantendría las banderas argentinas en condiciones, aunque tuviera asuntos más importantes de los que ocuparse.